¡Se
quemó el perol! – Gritaste desde lejos – no pude ocultar que sentía pánico y
pena por haber sido tan descuidado, imagine me arrojarías una de esas famosas
chanclas tuyas, pero no fue así, no lo hiciste, supiste muy bien como dejarme
desconcertado, pase muchos días tratando de entender por qué no lo habías
hecho. Te lo pregunte varias veces, solo que lo hacía sin hablar mientras te
veía día a día a los ojos.
Los
años parecen enseñarnos mucho, aunque siempre parece poco. Ellos – no sé si me equivoque – permitieron darme
cuenta de lo sabia que había sido tu decisión en ese entonces.
Para
ti, el que ese perol se hubiese quemado significaba más de tu tiempo en su
lavado tratando de devolverlo a la normalidad para seguirlo usando. Así lo
hiciste, lo lavaste, tan dedicadamente que lo lograste.
No
podía creer lo que estaba viendo, y lo que aprendía mientras sucedía, en tan
solo un par de minutos me habías enseñado lo que sin duda alguna se traduciría
en mejores decisiones en mi vida.
No
te hiciste pedagoga, y aun así supiste convertirte en mi mejor maestra, sé que
fuiste a la mejor escuela, la vida, y con la mejor libreta de apuntes, tu alma,
siempre abierta para quien deseara leerla, porque aunque lo habías escrito tú,
estabas dispuesta a enseñar a todos.
-John
J. Lemus-