Una densa nube comenzaba
a llenar el lugar, parecía no tenía mucho tiempo antes de que la lluvia
comenzara a dibujar sus líneas en mi cuaderno, la historia de nuevo parecía
repetirse, mientras un pequeño pensamiento hizo de las suyas en mi mente.
Allí estaba, sentado en
aquella estrecha banca de parque, mientras uno a uno se iban alejando todos,
justo en frente de mis ojos, pensé debía marcharme, iba a llover, ¿Qué podía
traer la lluvia consigo? – Me pregunté- no había manera de averiguarlo más que
quedándome y andando con ella.
Las primeras gotas se
asomaban y la tranquilidad comenzaba a adueñarse de mí, cada gota que sobre mi
piel se deslizaba dejaba esa sensación de parecer que era más liviano y, de que
allí, aunque frio y húmedo, estaba acompañado de más que sólo agua.
En el suelo se comenzaban
a dibujar pequeñas siluetas, me recordaban a los niños y niñas que en el kínder
se les enseña a pintar - resulta increíble que esas líneas puedan animar de tal
manera a los adultos -. Extendí la mano hasta alcanzar mi bolsillo y saque un
pequeño pañuelo, quizás evitara un poco mojar el cuaderno que llevaba conmigo,
de repente, no me preocupaba mucho, había pasado horas sin lograr escribir
mucho y, ahora bajo la lluvia, sentía que necesitaría más que un cuaderno para
escribir todas las historias que me iba contando cada una de esas gotas que
sobre mí se posaban.
Allí estaba, de alguna
forma sólo importaba ese instante, comprendí porque resulta tan romántico el
hecho de desear un beso o un abrazo bajo la lluvia, es un instante único,
simplemente estas allí, la lluvia se vuelve tu compañía y te habla de aquello
que otros muchas veces prefieren callar, te hace ver la magia de la vida mientras
vives el momento bajo ella, mientras te fundes en el mundo, su calor y su
magia.
El tiempo parecía haberse
detenido en una esquina frente a mí, observe las delicadas terminaciones de un
edificio que a lo lejos se dejaba ver entre la neblina que acompañaba el rocío,
de repente, estaba cómo en casa, en aquel lugar, lleno de ruidos de animales
que felices disfrutaban un día más, lleno de aire puro y un brillo incesante,
lleno de ese característico calor de hogar, que en un campo no muy lejano había
dejado de frecuentar.
Comencé a dirigirme a
casa, tenía muchas cosas por decir, ya había encontrado cosas de que escribir,
no sólo de mí, también del señor de los tintos que bajo una sombrilla seguía
entre la lluvia brindando la oportunidad de dar calor a aquellos que pasaran
por el lugar; del taxista, que esperaba ansioso un nuevo pasajero para sostener
una larga y productiva charla; de los chicos, que en un pequeño descuido
correteaban fuera de casa pisoteando entre los charcos formados con la intensa
lluvia; de los animales callejeros, que mientras caminaba solitario entre los
callejones se aseguraban de que no corriera peligro; de la vida, esa vida que
va más allá de mis propios acontecimientos…
-John
J. Lemus-