Amanecía
de nuevo, algo me había hecho levantarme de mi cama más temprano que de
costumbre, el frío no había sido un problema para hacerlo, tome un lápiz, como
aquel niño que al aprender a escribir desea contarle al mundo cuan maravilloso
es.
Allí
estaba la sensación sobre la cuál escribiría. Un momento, no era sólo una sensación,
de alguna forma estaba conectado a un ser que aún sin mencionarle se había
hecho a un lugar en mi alma. Sus delicadas facetas, sus preciosas y
maravillosas historias escritas en su misma piel detallaban uno a uno los
momentos en los cuales nos habíamos convertido en uno, aunque a la vista pareciésemos
ser dos. Pensarle era de las cosas que me devolvían a mis raíces y me sacaban
de lo garrafal del sistema que poco a poco nos agota y consume.
Madre,
Madre mía, madre de mis latidos, de mis sonrisas, de mis llantos, de mis triunfos
y derrotas, madre. Nos hemos hecho uno desde el mismo día en que comencé a
formarme dentro de tu vientre, cuando tus caricias y palabras eran de las cosas
que más anhelaba, cuando el mundo para mí solo era tu amor.
Hoy
escribo para ti, no por lo que eras, si no por lo que eres, no por lo que ven,
si no por lo que tienes. Hoy escribo a ti madre: por el regalo que me diste, por
la forma en que me educaste, por el espíritu guerrero que se mantiene en tu
corazón y sabe seleccionar muy bien sus palabras cuando el mío parece estar
derrotado. Te escribo a ti madre porque eres la vida misma en figura humana.
Faltabas
tú, faltabas tu para poder nacer,
faltabas tu para crecer, faltabas tu para respirar, cantar, jugar, bailar y
correr, y aunque ahora estemos separados por la distancia nos une el corazón y
puedo decirlo cada día al levantarme y gritarlo al sol y al viento que cada día
al recuperar la fuerza para pararme de mi cama, faltabas tú para hacerlo
posible.
-John J. Lemus-
No hay comentarios:
Publicar un comentario